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Escritor Argentino

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Homo legens

Prejuicios de librero

Allá por los años '90, cuando Ernesto Sábato todavía estaba vivo y sufría por todos nosotros, su nombre fue propuesto por algunos escribas nacionales como candidato al Premio Nobel. En respuesta a esta iniciativa, una revista literaria algo insolente, “V de Vian”, publicó un comentario más o menos por el estilo: "...nunca le vamos a perdonar a los suecos que no le hayan dado el Nobel a Borges, pero si se lo dan a Sábato, deberemos romper relaciones diplomáticas con Suecia...". Este recuerdo me mantiene en relación distante con la narrativa nacional luego de la muerte de Fogwill.

En conversaciones con amigos suele aflorar la pregunta sobre mi falta de interés por la literatura argentina contemporánea, aunque no me pasa lo mismo con el ensayo y el teatro. Haciendo el balance de mis lecturas de 2016 veo que, entre otras, dediqué el año a dos excelentes textos sobre estudios visuales, otros sobre la historia del Islam y Medio Oriente -éstos, acompañados de lecturas salteadas de la Biblia y el Corán-, releer algunas obras de Shakespeare y Cervantes, un par de libros sobre la segunda mitad del siglo XIX en Nueva Orleans y otro sobre la estadía de Degas en esa ciudad. En lo que hace a ficción, incursioné brevemente en narrativa argentina actual, pero me replegué en tres autores contemporáneos franceses y algunos best sellers que me prestó Pablo, colega al que visito el segundo y tercer viernes de cada mes. En algunas de mis visitas mensuales, Pablo me recibe con su sonrisa maligna y un: "tengo un par de porquerías que te pueden interesar". La ceremonia es siempre la misma, me llevo "la porquería que me interesa" el viernes y la devuelvo el siguiente martes.

Los hay que devoran suplementos deportivos y son especialistas en fútbol, tenis, box, basquet, rugby o hockey -a esos les recomiendo un bello artículo de "Le Monde" del 13 de septiembre "Quidditch, combat médiéval, rugby sous-marin: quel sport méconnu est fait pour vous?" para que amplíen su universo de intereses-; los hay que devoran novelas policiales o libros de autoayuda, yo leo best sellers -prefiero esta definición y no la horrible traducción "mejor vendidos"- y Pablo ya me ha reservado un ejemplar de La chica del tren para la primera semana de enero del 2017. Aunque ese "thriller ferroviario" va a tener que pelearla duro contra las 1212 páginas, dos kilos y medio y casi nueve centímetros de espesor, de Postguerra: una historia de Europa desde 1945, de Tony Judt. Este libro da problemas para leerlo en la cama -no obstante, ya avancé 175 páginas-, supera en dos centímetros a Contraluz de Pynchon y a un par de libros de Beevor; solo claudica frente a los 12 centímetros de la Obra Completa de Fernando del Paso, pero ésta es en dos volúmenes.

El jueves pasado -15 de diciembre- me reuní con el Dream Team, mis compañeras y la profesora del curso de francés a celebrar el fin de clases. Los primeros comentarios fueron en torno a la excelente antología de textos literarios que Gaby nos preparó para leer durante el semestre. El raro privilegio de ser el único varón y -¡ay!- el más viejo del grupo me permitió enriquecer la experiencia de ese curso con los comentarios y observaciones literarias de mis ocho compañeras: tres estudiantes de letras, una de biología, una historiadora, dos sicólogas y una pintora. En algún momento del festejo, con alguna compañera, saltamos a la pregunta de rigor: mi falta de interés por escritores argentinos contemporáneos.

Mi primera respuesta -a la que siempre acudo- es que, en mi carácter de librero, tengo acceso a casi todo lo que se publica y distribuye en el distrito comercial. Este privilegio me coloca a salvo de esa sentencia latina que privilegia al vendedor caveat emptor ("el comprador asume el riesgo"). Hojeo cada novedad que recibo, leo algunas hojas salteadas, un terrible tedio me paraliza y aflora prejuicios de librero: no tengo nada contra los prejuicios, los cultivo con pasión de jardinero y los extermino con el furor de la octava plaga bíblica. Como Marx -Groucho, ya que no el otro- bien puedo decir "este es mi prejuicio, si no les gusta tengo otros". Y el mío de librero, que siento al transitar por las hectáreas de bosques transformadas en papel impreso de la actual narrativa argentina, es "¿si todavía no he leído Orlando Furioso, vale la pena leer esto?". Termino este párrafo y no puedo dejar -¡cuando no!- de recordar un soneto muy -pero muy- ad hoc: "Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. / Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos / al sueño de la vida hablan despiertos". Y estos "músicos callados contrapuntos", en mis obcecaciones de librero, no me resuenan en la armonía literaria nacional contemporánea.

Ocurre que además soy borgeano de pata negra y, en los tres últimos lustros, he sido testigo de infinitas operaciones "anti borges" que cometen el peor de los delitos literarios, enfrentarlo con otros escritores. Desde el olvidable: “si me apuran, entre Rodolfo Walsh y Borges me quedo con Walsh” de David Viñas poco antes de su muerte, hasta una serie de peleas dignas de la World Boxing Association: "En el rincón rojo, Borges; en el azul, Puig"; "En el rincón azul, Arlt; en el rojo, Borges", "En rincón rojo, Macedonio, en el azul, Borges". En los últimos años, he comprobado, que cualquier escriba aspirante a ganar sus espuelas de caballero debe opinar, desde cualquier disciplina, sobre el tema i.e.: "B... y la física cuántica", "B... y la astrología", "B... y el Big Bang", "B.. y el I Ching". Para rematar esta tendencia, este año tuvimos una clase magistral dada por una respetada crítica literaria y cuyo lema fue "Es fundamental romper con Borges". Aclaro mi profundo respeto por ella -la tuve de profesora en mi Maestría de Arte Argentino y Latinoamericano-, pero su "lecho de Procusto literario" y su cañón -ya que no "canon"- de la narrativa contemporánea es, en mi opinión, algo bisojo. ¿Por qué, en su opinión, no será fundamental romper con Eurípides, James Joyce, Marguerite Yourcenar, Thomas Pynchon, António Lobo Antunez o Luciano de Samosata?

Mi respeto y fidelidad con Borges parte en que él estableció -y nos revela- una manera de leer y nos muestra como, en distintas épocas, ese acto se realiza de manera diferente y con operaciones distintas. Estas operaciones de lectura las desarrolló, de manera magistral -me atrevo a decir: "como una poética"-, en las reseñas y comentarios que realizó en la revista "El Hogar" en las décadas del '30 al '50 del siglo pasado, muchas veces trabajando con libros o temas "menores". De esta manera leyó crónicas policiales como textos "clásicos", ensayos filosóficos como ficción, y ficción como textos de historiadores o ensayos filosóficos. La manera de abordar un texto literario que nos propone, es un principio tan sólido como la ley de gravitación universal de Newton, sus postulados pueden evolucionar, no alterarse. Si comparamos las leyes newtonianas con la teoría de la relatividad general de Einstein, vemos que ambas no son antagónicas, las primeras pueden ser un caso particular de las segundas; las segundas, una visión ampliada de las primeras. Newton nos explica el movimiento de los cuerpos celestes, la caída de los objetos a la tierra o el fenómeno de las mareas. Einstein nos revela conceptos como curvatura del espacio-tiempo o la expansión del universo o la corriente de la conciencia en la narrativa. Luego de Pierre Menard, así como no nos bañamos dos veces en el mismo río, nunca leeremos dos veces el mismo libro. Ir contra ese principio de lectura es como intentar violar la ley de gravedad. Quevedo y Tito Livio pueden ser tan contemporáneos como Percival Everett, el Infante Juan Manuel, Cervantes o Emmanuel Carrère.

Este año mis prejuicios de librero, como Alien -el de la inolvidable primera versión, la de Ridley Scott, no la infamia de clones que la sucedieron-, necesitó alimentarse de plumas de ganso nativas y acreditadas para subsistir y multiplicarse. Por eso, a lo largo del 2016 también me dediqué a leer, de manera salteada, varios libros de narrativa nacional publicada en el último trienio. Los préstamos de Pablo fueron invalorables para esta ordalía, tampoco soy masoquista así que, por esta vez, me limité a los Autores Premiados y Consagrados (APC), el resto queda para un futuro venturoso. A mis experiencias me remito.

Entre otras cosas -aparte de un libro de "ensayos"- leí un libro de cuentos de un APC, uno de ellos ficcionalizaba sobre el asesinato de Trostky, relacionado con un corte de pelo; el relato me erizó los cabellos como si hubiera leído "La pata del mono" -ya sé, que soy tendencioso, pero no pude evitar hacer un contrapunto de este relato con El hombre que amaba a los perros o un capítulo delicioso de Tres Tristes Tigres-. De otro libro de relatos, de otro APC en el cual incursioné y casi morí en el intento recuerdo un cuento que hablaba de un Martín Fierro bujarrón teniendo una relación homosexual con su nuevo amor, un Cruz pasivo -¿ya que el escritor es tan "trasgresor" por qué planteó la situación al revés: Cruz activo y Martín Fierro bardaje?-. Pese a que respiré hondo y apreté los puños, no me atreví a transitar El desierto de los tártaros de la nueva novela de otro multipremiado que nos cuenta de un Esteban Echeverría antiperonista avant la lettre.

"¿Qué es lo que hasta aquí ha sido? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se ha de hacer": Ecl. 1-9. Porque para más inri, en el suplemento Babelia del sábado 17, una escritora, ganadora de un premio internacional importante y de cuyo nombre no pienso acordarme, respondió a un breve cuestionario que le hizo un periodista. La penúltima pregunta: "¿Qué está socialmente sobrevalorado?"; respuesta: "La inteligencia. Es la más cruel de las discriminaciones". Última pregunta: "¿A quién le daría el Premio Nobel de Literatura?"; respuesta: "A César Aira." Leía esta entrevista mientras tomaba el desayuno y un escalofrío me recorrió la médula, como la primera vez que leí "La pata del mono". Y también me acordé de aquella vieja nota de los años '90 sobre Sábato publicada en “V de Vian”.